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Exiliados del bienestar: el costo emocional de dejar tu país
El acto de migrar suele representarse como un salto hacia una vida mejor. Y en muchos sentidos, lo es. Pero también implica pérdidas profundas, rupturas emocionales y desafíos psicológicos que acompañan a las personas por años. Porque cuando se deja un país, también se deja una parte del alma.
Cada vez más estudios evidencian que la migración tiene un impacto directo en la salud mental. No solo por los motivos que impulsan la salida —conflictos, inseguridad, pobreza, discriminación— sino por el complejo proceso de adaptación al nuevo entorno. El migrante es alguien que, mientras trata de encajar, lleva consigo el duelo por lo que dejó atrás.
Este fenómeno afecta tanto a quienes migran voluntariamente como a quienes lo hacen por necesidad. Los primeros enfrentan la presión del éxito, el miedo al fracaso y la culpa por dejar a sus familias. Los segundos, además de esto, arrastran vivencias traumáticas como desplazamientos forzados, violencia extrema o explotación.
El duelo migratorio es un proceso con múltiples dimensiones: se pierde el idioma, el estatus social, los lazos familiares, las referencias culturales, la seguridad. Todo esto genera un estado de confusión emocional en el que la persona siente que “no pertenece ni aquí ni allá”.
Quienes migran con hijos enfrentan una carga adicional: la de mantener el equilibrio emocional de la familia mientras viven su propio duelo. Los niños también sufren. El cambio de escuela, de amigos, de idioma y de entorno puede provocarles ansiedad, dificultades escolares y alteraciones en su conducta.
Además, hay un fenómeno que suele pasar desapercibido: el “duelo anticipado”. Muchas personas viven con la constante expectativa de una tragedia en su país de origen. Un accidente, una enfermedad, una muerte repentina. Esa ansiedad crónica desgasta el sistema nervioso y se convierte en una fuente constante de sufrimiento emocional.
¿Qué podemos hacer ante esto? En primer lugar, visibilizarlo. Hablar de salud mental en migrantes es reconocer que el bienestar emocional no tiene pasaporte. En segundo lugar, crear servicios accesibles, empáticos y culturalmente sensibles. Terapias en línea, redes de apoyo, grupos comunitarios, acompañamiento psicológico gratuito o de bajo costo.
Y, sobre todo, construir una narrativa distinta. Migrar no es un fracaso emocional, sino una muestra de valentía. Pero incluso las personas valientes necesitan contención, espacios de escucha y oportunidades para sanar.
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